martes, 25 de marzo de 2014

El caso de los Petroleros de Las Heras: otro montaje de la clase dominante contra los trabajadores en América Latina


24/03/2014 Buenos Aires
“Menos mal que este gobierno es nacional y popular, es de izquierda y progresista”, cantan con ironía Las Manos de Filippi. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner vuelve a imponer los claros criterios de su “capitalismo en serio”: El pasado 12 de diciembre del año 2013, los trabajadores petroleros Ramón Cortéz, José Rosales, Franco Padilla y Hugo González fueron condenados a cadena perpetua por el poder judicial de la provincia de Santa Cruz en Argentina. Otros seis trabajadores fueron condenados a cinco años de prisión. Se les acusó de coacción agravada, lesiones y el asesinato de un oficial de policía en el marco de una manifestación sucedida en el año 2006, año en el que los trabajadores de Las Heras exigían su reconocimiento sindical en la rama petrolera y no en la Unión Obrera de la Construcción. Esta reclamación incorporaba la necesidad de obtener otro contrato colectivo con mejores escalas salariales y condiciones de trabajo. Así mismo, exigían la suba del mínimo no imponible, monto a partir del cual los asalariados deben pagar el bochornoso impuesto a las ganancias. Cuando la huelga de los petroleros y las movilizaciones llevaban casi tres semanas, se emitió una orden de detención contra varios trabajadores, entre ellos el compañero Mario Navarro. Los petroleros entonces marcharon hacia la alcaldía para exigir la liberación de Navarro y el resto de los compañeros, pero fueron duramente reprimidos. En medio de esa jornada represiva cayó muerto el policía Jorge Sayago. Las circunstancias nunca fueron dilucidadas, pero como resultado de ese evento, diecisiete trabajadores y varios vecinos fueron apresados y acusados por desmanes y asesinato. Según palabras recientes de Ramón Cortez: “fuimos enjuiciados, encarcelados durante tres años y torturados como en los peores tiempos militares. Nos ponían bolsas en la cabeza, nos reventaron a patadas y nos amenazaban con que nos iban a matar a nuestras familias, nos iban a matar a nuestros hijos”. 

En el juicio jamás se demostró la responsabilidad de los trabajadores en la muerte del policía, pero sí se hizo evidente que estos hombres habían sido víctimas de torturas que aplicó el Estado para conseguir de ellos una declaración que sirviera para culpabilizarlos. El fiscal encargado de la causa justificó este hecho y minimizó las torturas, apuntalando así una nueva injusticia contra la clase trabajadora. Que una movilización contra el impuesto a las ganancias, que golpea los bolsillos de los asalariados, arroje como saldo la condena a cadena perpetua para cuatro trabajadores y cinco años de prisión para otros tantos, sólo puede ser evidencia del carácter antiobrero del gobierno kirchnerista. No obstante, esta vergüenza no es sólo “nacional y popular”: los montajes judiciales están a la orden del día cuando se trata de criminalizar las luchas del pueblo trabajador en toda América Latina. Mientras los discursos pretendidamente antimperialistas mantienen adormecidas a las masas, los gobernantes de turno aprovechan la ocasión para pactar la aplicación de la Ley Antiterrorista (en sus varios y pintorescos disfraces) en todos los rincones de la región. Se trata este de un rasgo característico de los gobiernos autodenominados “progresistas”. También en el marco de ellos, la justicia burguesa insiste en proteger los intereses de los grandes capitales y falla contra los trabajadores. No podría ser de otro modo. Actualmente cursa en los tribunales argentinos una apelación contra la sentencia condenatoria a los trabajadores de Las Heras. El llamado que burla las fronteras nacionales es a la movilización permanente y la acción directa de los trabajadores en lucha de toda la región, porque la solidaridad trascienda los límites del discurso y se concrete en medidas de presión contra los poderes públicos argentinos que insisten en pactar con los poderosos. Para quienes hacemos parte de la clase trabajadora, queda perfectamente claro que quienes viven de nuestro esfuerzo no estarán jamás dispuestos a reconocernos derecho alguno. Por eso el castigo se impone siempre ante nuestros ojos y la privación de libertad es una afrenta contra la dignidad de quienes nos organizamos y luchamos. Pero ni el castigo ni la tortura ni la represión lograrán jamás imponer el hastío sobre nuestros cuerpos, seguiremos luchando.




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