sábado, 1 de septiembre de 2012

La No Violencia es estatista - Peter Gelderloos


El siguiente texto es un capitulo correspondiente al Libro “Cómo la no violencia protege al Estado” de Peter Gelderloos, he restado las referencias de las citas por ser demasiado numerosas para incluirlas en formato blog, igualmente las pueden consultar en el libro, con información acerca del autor y prefacio correrespondiente   en el siguiente link http://www.nodo50.org/albesos/uploads/textos/noviolencia.pdf
 

 
Podemos decir, resumiendo, que la no violencia asegura el monopolio de la violencia al Estado. Los Estados (las burocracias centralizadas que protegen al capitalismo, preservan la supremacía blanca, el orden patriarcal; e implementan la expansión capitalista) sobreviven gracias a asumir el rol de ser el único que utiliza la fuerza violenta en sus territorios de manera legitimada. Cualquier lucha contra la represión necesita de un conflicto con el Estado. Los pacifistas hacen el trabajo del Estado al pacificar a la oposición. Los Estados, por su parte, desaniman a la militancia contenida dentro de la oposición e incitan a la pasividad.

Algunos pacifistas niegan esta mutua  relación de  dependencia al sentenciar que al gobierno le gustaría que abandonaran su disciplina no violenta y se entregaran a la violencia, o cuando afirman que el gobierno incluso espolea la violencia de sus detractores, y que muchos activistas que instan a la militancia son, en realidad, provocadores gubernamentales. Así argumentan que son los activistas militantes quienes verdaderamente actúan como títeres del Estado. Aunque en algunos casos el gobierno de los Estados Unidos ha usado infiltrados para animar a los grupos de resistencia a atesorar armas o a planear acciones violentas (por ejemplo, en los casos del atentado de Molly Maguires y Jonathan Jackson, durante la huelga en los juzgados), debe establecerse una distinción crítica. El gobierno sólo anima la violencia cuando está seguro de que dicha violencia podrá ser contenida y no se le escapará de las manos. En definitiva, inducir a un grupo de resistencia militante a actuar prematuramente o a caer en una trampa, elimina el potencial para la violencia de dicho grupo, al garantizar una condena fácil a prisión de por vida, o bien, en casos en los que ya está en marcha un proceso judicial, permite acabar más rápidamente con los radicales. En conjunto, y en casi todos los otros casos, las autoridades  pacifican a la población y disuaden de la rebelión violenta.

Hay una razón clara para ello. Contrariamente a las fatuas reivindicaciones de los pacifistas que, de alguna manera, les empoderan al excluir la mayor parte de sus opciones tácticas, los gobiernos de todas partes reconocen que abrirse a un activismo revolucionario ilimitado supone una de las mayores amenazas para el poder. Aunque el Estado siempre se ha reservado el derecho a reprimir a quien desee, los gobiernos modernos “democráticos” tratan a los movimientos  sociales no violentos con objetivos revolucionarios como amenazas potenciales, más que reales. Espían a dichos movimientos para estar atentos a su desarrollo, y usan “el palo y la zanahoria” para hacer que esta multitud de movimientos simpatice con unos canales totalmente pacíficos, legales, e inefectivos de lucha. Los grupos no violentos podrían estar sujetos a recibir una buena paliza -por ejemplo-, pero tales grupos no son objetivos a eliminar (excepto por gobiernos regresivos o enfrentados a un periodo de emergencia que amenace su estabilidad).

Por otro lado, el Estado trata a los grupos militantes como amenazas reales e intenta neutralizarlos con una contrainsurgencia altamente desarrollada y operaciones de guerra interna. Centenares de sindicalistas, anarquistas, comunistas y agricultores militantes fueron asesinados durante las luchas anticapitalistas de fines del XIX y de principios del siglo XX. Durante las últimas generaciones de luchas de liberación, el FBI apoyó a los paramilitares asesinando a sesenta activistas y partidarios del American Indian Movement (AIM) en la Reserva de Pine Ridge, y el FBI, la policía local, y agentes pagados asesinaron a docenas de miembros del Black Panther Party, de la Republic of New Afrika, y del Black Liberation Army, así como otros grupos.

Fueron  movilizados vastos recursos para infiltrarse y  destruir organizaciones revolucionarias militantes durante la era COINTELPRO. Todo indicio de organización militante por parte de los colonos indígenas recibió como respuesta, aun así, una violenta represión. Antes del 11 de Septiembre, el FBI se refirió a los autores de sabotajes y a los elementos incendiarios del Earth Liberation Front (ELF) y del Animal Liberation Front (ALF) como las más grandes amenazas terroristas internas, aunque ninguno de estos dos grupos hubiera matado ni a una sola persona. Incluso tras los atentados del World Trade Center y del Pentágono, el ELF y el ALF siguieron siendo una prioridad para la represión estatal, como se vio en las detenciones de más de una docena de presuntos miembros del ELF/ALF. El acuerdo de muchos de estos prisioneros de convertirse en chivatos [sapos] después de que uno de ellos muriera en un sospechoso suicidio y de que todos ellos hubieran  sido amenazados con sentencias a prisión de por vida, así como el encarcelamiento de varios miembros de un grupo de derechos animales por acosar a una empresa de vivisecciones con un agresivo boicot, que el gobierno calificó como “una iniciativa de terrorismo animal”; todo esto ilustra la atención  estatal. Y a la vez, cuando la izquierda se quedó impresionada porque la policía y los militares estuvieran espiando a grupos pacifistas, se creó una alarma social que hizo que se prestara mucha menos atención a la continua represión gubernamental contra el movimiento de liberación puertorriqueño; incluyendo el asesinato del líder machetero Filiberto Ojeda Ríos en manos del FBI.

Pero no necesitamos elaborar deducciones de las opiniones y prioridades del aparato de seguridad estatal a partir de las acciones de sus agentes. Podemos, simplemente, guiarnos por sus palabras. Los documentos COINTELPRO del FBI se revelaron al público sólo cuando, en 1971, algunos activistas entraron en una oficina del FBI en Pensilvania y los robaron, demostrando, claramente, que uno de los mayores objetivos del FBI es el de mantener  a los revolucionarios potenciales en la pasividad. En una lista de cinco objetivos en relación a grupos nacionalistas y de liberación negros, en los 60, el FBI incluyó la siguiente reflexión:

Impedir la violencia  por parte de los grupos nacionalistas  negros. Esto es de primera importancia, y es, desde luego, una meta de nuestra actividad de investigación; debe ser también  una meta del Programa de Contrainteligencia  [en la jerga original  del gobierno este término se refiere a una operación específica, de las que había cientos, y no al modelo global del programa].  A través del contraespionaje debería ser posible concretar  quiénes son los agitadores potenciales y neutralizarlos antes de que ejerzan su violencia potencial.

Se pueden identificar “neutralizaciones” exitosas en otros documentos. El FBI usa este término, “neutralizaciones”, para referirse a activistas que han sido asesinados,  encarcelados,  inculpados, desacreditados  o presionados hasta que dejaron de ser activos políticamente. El memorándum también señala la importancia de prevenir el riesgo de la aparición de un “Mesías” negro. Tras observar con autosuficiencia que Malcolm X podría haber encarnado este papel, pero que en lugar de ello fue el mártir del movimiento, el memorándum nombra a tres líderes negros que podrían encarnar a este Mesías potencial. Uno de los tres “podría haber sido un verdadero candidato para esta posición si hubiera abandonado su supuesta  ‘obediencia’ a las  ‘doctrinas blancas  liberales’ (la no violencia)”  [los paréntesis aparecen en el original]. 

La memoria también explica la necesidad de desacreditar a la militancia negra a los ojos de la “comunidad Negra responsable” y de la “comunidad blanca”. Esto muestra cómo el Estado puede contar con el acto reflejo pacifista de condenar la violencia y cómo los pacifistas hacen, efectivamente, el trabajo del Estado, porque no utilizan su influencia cultural para hacer “respetable” la resistencia militante contra la tiranía. En lugar de ello, los pacifistas alegan que la militancia aliena a las personas, y no hacen nada para tratar de contrarrestar este fenómeno.

Otro memorándum del FBI, esta vez dedicado al activista del American Indian Movement, John Trudell, muestra que la política policial del Estado también ha comprendido que los pacifistas son una especie de disidencia inerte que no representa una amenaza al orden establecido. “Trudell tiene la capacidad de encontrarse con un grupo de pacifistas y en un periodo corto de tiempo conseguir que         exclamen ‘¡adelante!’. Por lo tanto,  es un agitador extremadamente efectivo”.

El gobierno demuestra de forma consistente el poco sorprendente hecho de que prefiere enfrentarse a una oposición pacífica. Más recientemente, un memorándum del FBI enviado a las autoridades locales competentes alrededor del país, y filtrado posteriormente a la prensa, pone de manifiesto a quiénes identifica el gobierno como extremistas y sobre quiénes prioriza su “neutralización”.

El 25 de octubre del 2005, hay programadas marchas masivas y mítines contra la ocupación de Irak en Washington DC y en San Francisco, California [...] Existe la posibilidad de que elementos de la comunidad activista traten  de emprender  acciones violentas, destructivas  o perjudiciales...

Las tácticas tradicionales de las manifestaciones,  en las que los manifestantes concentran  su atención son marchas,  pancartas  y  formas de resistencia ‘pasiva’  tales  como  sentadas  [el énfasis  es mío]. Los elementos extremistas pueden emprender tácticas más agresivas que incluirían vandalismo, acoso físico  hacia los delegados gubernamentales,   cortar  pasos, la  formación   de cadenas  o escudos humanos,  barricadas improvisadas, artefactos explosivos lanzados contra unidades policiales montadas  y el uso de armas (por ejemplo proyectiles  y bombas caseras).

El grueso del memorándum se centra en estos “elementos extremistas”, claramente identificados como activistas que aplican una diversidad de tácticas, en oposición a los activistas pacifistas, a quienes no se les identifica como una amenaza importante. De acuerdo con el memorándum, los extremistas  muestran los siguientes rasgos identificativos.

Los extremistas pueden estar preparados  para defenderse de las fuerzas oficiales de la ley en el transcurso  de una manifestación.  Las máscaras (máscaras de gas, gafas submarinas,  pañuelos, escafandras, máscaras con filtro y gafas de sol) pueden  servir para minimizar los efectos del gas lacrimógeno  y el gas pimienta, y también para ocultar sus identidades.  Los extremistas también pueden  emplear escudos (tapas de containers,  láminas  de plexiglás, ruedas de camión,  etc.) y equipos de protección corporal (capas de ropa, gorros y cascos, equipos  deportivos,  chalecos salvavidas,  etc.) para protegerse  durante la manifestación. Los activistas también  pueden usar técnicas de intimidación como cámaras y rodear a los oficiales  de policía para impedir  el arresto de otros manifestantes.

Tras las manifestaciones, los activistas, normalmente,  son reacios a cooperar con las fuerzas oficiales de la ley. Rara vez llevan ningún tipo de identificación y a menudo  se niegan a facilitar cualquier información  sobre sí mismos  o el resto de los manifestantes...

Las fuerzas oficiales de la ley deberían estar atentos a los posibles indicadores de protesta  activista  y transmitir al FBI Joint Terrorism Task Force  más cercano cualquier  acción que sea potencialmente ilegal.

¿No es triste que el indicador más certero de un “extremista”  sea la buena voluntad de defenderse de los ataques de la policía?  ¿Y cuál es la responsabilidad que tienen los pacifistas creando esta situación? En cualquier caso, al renegar e incluso denunciar a activistas que usan una diversidad de tácticas, los pacifistas vuelven a estos extremistas  más vulnerables a la represión  -que los agentes policiales quieren usar de forma clara contra ellos-.

Y  por si no  fuera suficiente, para desarticular la militancia y para condicionar a los disidentes a practicar la no violencia a través de la violenta represión de los indisciplinados,  el gobierno también aporta dosis de pacifismo en los movimientos rebeldes de una forma más directa. Dos años después de invadir Irak, el ejército de los Estados Unidos empezó a jugar sucio interfiriendo una vez más en los medios de comunicación iraquíes (la interferencia previa incluyó el bombardeo hostil de los medios, la retransmisión de historias falsas y la creación de un lenguaje árabe completamente nuevo para la organización de los medios -como al-Hurriyah, que fue conducido por el Departamento de Defensa como parte de sus operaciones de manipulación psicológica-). Esta vez, el Pentágono estuvo pagando para introducir artículos en los periódicos iraquíes apelando a la unidad (contra la insurgencia) y a la no violencia. Los artículos fueron escritos como si lxs autorxs fueran iraquíes, en un intento de refrenar a la resistencia militante y manipular a los iraquíes  hacia formas diplomáticas de oposición que se cooptarían  y controlarían más fácilmente.

El uso selectivo del pacifismo en Irak por parte del Pentágono, puede servir como una parábola de los amplios orígenes de la no violencia. Es decir, que ésta proviene del Estado. Toda población conquistada es educada en la no violencia a través de sus relaciones con una estructura de poder que ostenta un monopolio del derecho al uso de la violencia, es la aceptación, a través del desempoderamiento, de la creencia estatal de que las masas deben ser despojadas de sus habilidades naturales para la acción directa, -incluyendo la propensión a la autodefensa y al uso de la fuerza-, de no ser así, desembocarán en el caos, en un espiral de violencia y en oprimirse y atacarse  los unos a los otros. Esta es la seguridad del gobierno, y la libertad esclavizada. Sólo una persona entrenada para ser adoctrinada por una estructura violenta de poder puede cuestionar realmente los derechos de alguien y su necesidad de defenderse de una manera contundente de la opresión. El pacifismo también es una forma de aprender a sentirse desamparado, a través de ella, aquellos que disienten, sostienen la bondad del Estado encarnando la idea de que no deben usurpar unos poderes que pertenecen exclusivamente al Estado (como el poder de la autodefensa). De esta forma, todo pacifista se comporta como un perro domesticado a golpes por su amo: lejos de morder a quien le ataca, esconde la cola con la esperanza de que deje de golpearle.

Recientemente, Franz Fanon ha descrito los orígenes y las funciones de la no violencia en el proceso de descolonización:

La burguesía colonialista introduce  esta nueva idea que es, hablando  con propiedad, una creación de la situación  colonial: la no violencia. En su forma simple la no violencia transmite a la élite económica e intelectual  del país colonizado  que la burguesía tiene sus mismos intereses... La no violencia es un intento de resolver el problema colonial alrededor de un tablero, antes de que se lleve  a cabo ninguna  acción  lamentable...  antes de que se haya derramado  la sangre. Pero si las masas, sin esperar que les coloquen las sillas alrededor de la mesa de acuerdos, escuchan sus propias voces y se dejan  llevar  por el ultraje  y prenden  fuego a los edificios,  la élite y los partidos  nacionalistas burgueses se verán  en un apuro  y exclamarán,  “¡Esto es muy serio! No  sabemos como acabará, debemos encontrar  una solución, algún tipo de compromiso”.

 Este alivio producido por la violencia del Estado, combinado con el impacto de las “atrocidades”  de la rebelión más contundente, lleva a los pacifistas a confiar su protección a la violencia del Estado. Por ejemplo,  los organizadores pacifistas eximen a la policía de los “códigos no violentos” que son habituales en las protestas de hoy en día; no intentan desarmar a la policía que protege a los manifestantes pacíficos de los contramanifestantes  enfadados y pro-guerra. En la práctica, la moral pacifista manifiesta que es más aceptable para los radicales confiar en la violencia del gobierno para protegerse que defenderse por sí mismos.

Es bastante obvio el porqué de que las autoridades quieran que los radicales sigan siendo vulnerables. Pero ¿por qué lo quieren los pacifistas? No es que los partidarios  de la no violencia no hayan tenido oportunidad de aprender qué es lo que les pasa a los radicales cuando se quedan indefensos ante el poder. Tomemos el ejemplo del mitin de 1979 contra la supremacía blanca en Greensboro, en Carolina del Norte.  Un  grupo diverso de trabajadores negros y blancos, organizadores sindicales y comunistas, aceptando la premisa de que ir desarmados y permitir el monopolio de la violencia a las fuerzas policiales aseguraría mejor la paz, estuvieron de acuerdo en no llevar armas para su protección. El resultado fue un suceso conocido hoy como la Masacre de Greensboro. La policía y el FBI colaboraron con el Ku Klux Klan y el Partido Nazi local para atacar a los manifestantes, que confiaron su protección a la policía. Mientras la policía estaba casualmente ausente, los supremacistas  blancos atacaron la marcha y dispararon a trece personas, matando a cinco. Cuando la policía volvió a la escena, pegó y arrestó a varios manifestantes y dejó que los racistas escaparan.

En  el caos de  cualquier situación revolucionaria, los paramilitares de derechas como el Ku Klux Klan están más que contentos de eliminar a los radicales. La American Legion declaró recientemente la “guerra” al movimiento anti-guerra14. Aquel linchamiento de anarquistas sindicales sugiere qué medios usan cuando su amada bandera está bajo amenaza.

El debate entre el pacifismo y el uso de una diversidad de tácticas (incluida la autodefensa y el contrataque) se podría resolver si el movimiento anti- autoritario actual llegara al punto de representar una amenaza, cuando los agentes policiales entregaran su lista negra y los paramilitares de derechas lincharan a todo “traidor” que les viniera en gana. Esta situación se ha dado en el pasado, con mayor resonancia en los años 20 y, en menor grado, en respuesta al movimiento por los derechos civiles. Nos queda sólo la esperanza de que si nuestro movimiento llega nunca a representar una amenaza, no seamos constreñidos por una ideología que nos vuelva tan peligrosamente vulnerables.

A pesar de esta historia de represión,  los partidarios  de la no violencia frecuentemente dependen de la violencia del Estado, no sólo para protegerles, sino también para lograr sus objetivos. Si esta dependencia no conduce siempre hacia desastres absolutos como la Masacre de Greensboro, ciertamente no será gracias a la posición no violenta. Los pacifistas sostienen que abstenerse de la violencia ayudó a no segregar escuelas y universidades por todo el Sur, pero, al final, fueron las unidades armadas de la Guardia Nacional las que permitieron que los primeros estudiantes negros entraran en la escuela y los protegieron de los intentos de expulsión por la fuerza y de cosas peores. Si los pacifistas no están capacitados para defender sus propios logros, ¿qué harán cuando no dispongan de la violencia organizada por la policía y la Guardia Nacional? (Por cierto, ¿recordarían  los pacifistas la no segregación como un fracaso de la no violencia si las familias negras hubieran llamado al Diácono para la Defensa en lugar de a la Guardia Nacional para proteger a sus hijos cuando entraban en las escuelas para blancos?). La no segregación institucional se consideró favorable para el poder estructural supremacista blanco porque apaciguó una posible crisis, incrementó las posibilidades  de cooptar al liderazgo negro, y racionalizó la economía, y todo ello sin negar la jerarquía racial, tan fundamental para la sociedad estadounidense. De este modo, la Guardia Nacional fue llamada a contribuir a la no segregación en las universidades. No es difícil imaginar que la Guardia Nacional jamás será llamada a proteger otros objetivos revolucionarios.

Permitir las protestas no violentas mejora la imagen del Estado. Lo quieran o no, la disidencia no violenta juega el papel de una oposición leal en una representación que dramatiza la disensión y crea la ilusión de que el gobierno democrático no es elitista o autoritario. Los pacifistas pintan al Estado como benévolo porque le dan la oportunidad de tolerar una crítica que en realidad no amenaza su funcionamiento continuado. Una protesta colorida, concienzuda y pasiva frente da una base militar sólo hace que mejorar la imagen del PR del ejército; y es que que ¡sólo un ejército justo y humano toleraría que se hicieran protestas delante de su puerta principal!. Una protesta de este tipo es como meter una flor en el cañón de una pistola. No impide que la pistola pueda disparar.

Lo que la mayoría de los pacifistas parece no  entender es que la libertad de expresión no nos empodera, y que no es una libertad igualitaria. La libertad de expresión es un privilegio   que puede ser (y de hecho es) bandera del gobierno cuando ésta sirve a sus intereses. El Estado tiene el incontestable poder de quitarnos nuestros “derechos” y la Historia nos  muestra el ejercicio regular de este poder. Incluso en nuestra cotidianidad podemos intentar decir lo que queramos a nuestros jefes, jueces o a los oficiales de policía, y a menos que seamos esclavos complacientes,  una lengua libre y honesta nos conducirá a funestas consecuencias. En situaciones de emergencia social, las limitaciones de la “libertad de expresión” se vuelven aún más pronunciadas. 

Consideremos por ejemplo a los activistas encarcelados por pronunciarse en contra de las quintas en la Primera Guerra Mundial y a la gente que fue arrestada en el 2004 por protestar durante los eventos en los que Bush intervenía. La libertad de expresión sólo es libre en la medida en que no constituye una amenaza y no tiene la posibilidad de desafiar al sistema. Donde he gozado de una mayor libertad de expresión fue en el “Security Housing Unit” (confinamiento en solitario de máxima seguridad), en la prisión federal. Pude gritar y chillar todo lo que quise, incluso meterme con lxs guardias,  y a menos que diera con una manera particularmente creativa de enfadarlos intencionadamente,  me dejaban en paz. No importaba: los muros estaban hechos de una sólida piedra y mis palabras eran sólo aire caliente.

La cooperación con la disidencia pacifista, humaniza a los políticos responsables de acciones monstruosas. En la protesta masiva contra la Convención         Nacional Republicana (RNC), en la ciudad de Nueva York en el 2004, el alcalde de Nueva York, Bloomberg, repartió unas chapas especiales para los activistas no violentos que habían proclamado que serían pacíficxs18. Bloomerg obtuvo una gran popularidad por mostrarse “tan” indulgente y estar a la moda, incluso cuando su administración reprimió contundentemente a la disidencia durante la semana de protestas.  Los pacifistas obtuvieron un beneficio añadido: cualquiera que llevara la chapa recibiría descuentos en docenas de shows de Broadway, hoteles, museos y restaurantes (subrayando  cómo el desfile pasivo de la no violencia es transformada en un estímulo para la economía y el bastión del status quo). Como el alcalde Boomerg señaló; “No es divertido  protestar con el estómago vacío”.

Y  las protestas anti-RCN en Nueva York fueron poco más que eso: diversión. Diversión para los universitarios, los representantes  democráticos y los activistas del Partido Verde que se paseaban con ingeniosos letreros progresistas y se mostraron  “comprensivos”  y de la misma opinión que el alcalde. Se invirtió una enorme cantidad de energía con semanas de anticipación (por parte de la izquierda institucional y de la policía) para alienar y excluir de la protesta al mayor número posible de activistas militantes. Alguien con un montón de recursos distribuyó miles de panfletos, la semana anterior a la convención, que reproducían la absurda sentencia de que la violencia (es decir, un disturbio) sólo contribuiría a mejorar la imagen de Bush (cuando, en realidad, un disturbio no hubiera ayudado realmente a los Demócratas,  sino que hubiera deslucido la imagen de Bush como un “líder carismático”). El panfleto también advertía de que cualquiera que abogara por tácticas de confrontación sería considerado un agente de la policía. La marcha terminó y la gente se dispersó hacia el lugar más aislado y menos conflictivo posible, en una ciudad llena de edificios del Estado y del Capital: el Grand Lawn del Central Park (apropiadamente, otrxs manifestantes se dirigieron en masa al “Sheep Meadow”19).  Bailaron y celebraron la noche, repitiendo agradables mantras del estilo de “¡Somos hermosos!”.

Entrada la semana, la Marcha de la Gente Pobre fue atacada repetidamente por la policía, llevando a cabo arrestos planificados de los activistas que llevaban máscaras o a los que se negaban a ser cacheados. Los participantes de la marcha estuvieron de acuerdo en no usar la violencia porque la marcha incluía a mucha gente de distinto origen -como inmigrantes y gente de color-, los cuales de forma ostensible -y consciente por parte de los organizadores- resultaban más vulnerables al arresto. Pero cuando los activistas (pacíficamente)  rodearon a la policía para tratar de frenar los arrestos, lxs activistas fueron invitados, por los “garantes de la paz” de la marcha, a ignorar los arrestos y a continuar caminando, mientras la policía enviaba idénticos mensajes a la muchedumbre  (“¡Moveos!” “¡Seguid la marcha indicada!”). Obviamente, todos los intentos de conciliación y disminución de la tensión fracasaron; la policía fue en todo momento tan violenta como le vino en gana.

Al día siguiente, Jamal Holiday, un negro vecino de Nueva York con un bagaje carente de todo privilegio, fue arrestado por defenderse de la “agresión” de un detective de paisano del Departamento de la Policía de Nueva York. Resultó ser uno de tantos a quien, entre la pacífica muchedumbre de la Marcha de la Gente Pobre, hirieron. Esto sucedió al final del míting, cuando muchos de los participantes, incluidos aquellos considerados supuestamente  como más “vulnerables”, estaban bastante descontentos con la pasividad de los líderes de la marcha ante la brutalidad policial. En un momento dado, una multitud de participantes que justamente había sido atacada por la policía, empezó a gritar contra un activista, que había estado gritándoles a ellos con el megáfono para que se alejaran de la policía (no había sitio a donde ir), acusándoles de estar “provocando” a la policía. La respuesta al arresto de Holiday muestra la hipocresía ante la violencia del Estado, que privilegia la pasividad por encima incluso del derecho de la gente a defenderse. Los mismos segmentos pacifistas del movimiento que  protestaron  enérgicamente contra  los participantes pacíficos arrestados en masa el 31 de agosto (un día reservado para las protestas de desobediencia civil) permanecieron  en silencio y no apoyaron a Holiday mientras soportaba la atroz y dilatada violencia del sistema penal. Aparentemente, para los pacifistas, proteger a un supuesto activista violento de una violencia aún mayor significaría la desfiguración de sus principios, erguidos, precisamente, contra la violencia.

Los activistas no violentos van más allá de aprobar la violencia del Estado con su silencio: a menudo toman la palabra para justificarla. Los activistas pacifistas no pierden la ocasión de declarar la prohibición del uso de la “violencia” en sus protestas, porque tal violencia podría “justificar” la represión de la policía, que se percibe como inevitable, neutral e irreprochable. Las protestas antiglobalización de 1999 en Seattle son un  típico ejemplo. Aunque la violencia policial (en este caso, el uso de tácticas de tortura contra los manifestantes pacíficos que bloqueaban la entrada y la salida del lugar del encuentro) precedió a la “violenta” destrucción de la propiedad por parte del Black Bloc, todo el mundo, desde los pacifistas hasta los medios de comunicación, culparon al black bloc de la carga policial. Quizás, el mayor agravio consistiera en que la organización anarquista descentralizada  y no jerárquica le robó el protagonismo  a las ONGs -que gozan de un enorme presupuesto-, que necesitan revestirse de este aura de autoridad para seguir recibiendo donaciones. La consigna oficial fue que la violencia de algunxs manifestantes demonizaba al movimiento entero, aunque incluso el mismo presidente, Bill Clinton, declaró de Seattle que fue el caos total lo que provocó la aparición de un “reducto violento minoritario”. De hecho, la violencia de Seattle fascinó y atrajo a más gente hacia el movimiento de lo que lo haría la tranquilidad de cualquiera de las movilizaciones masivas posteriores a esa fecha. Los medios de comunicación no explicaron (y nunca lo harán) los motivos de los activistas, sino la violencia, la manifestación visible de la pasión y la furia, del compromiso militante en un, por otra parte, mundo absurdo, motivó a miles a hacer esta búsqueda por sí mismos. Este es el por qué se conoce al atemporal Seattle como el “inicio” o el “nacimiento” del movimiento antiglobalización.

De una manera parecida, un artículo de apoyo a la no violencia aparecido en The Nation, se quejó de que la violencia en Seattle y Génova (donde un policía italiano disparó y asesinó al manifestante Carlo Giuliani) “creó  una imagen negativa en los medios  y dio una excusa para, incluso, endurecer la represión”. Me detendré aquí un momento para señalar que el Estado no es un ente estático. Si quiere reprimir a un movimiento o a una organización, no espera a tener una excusa; se la inventa. El American Indian Movement no fue una organización violenta (la mayoría de sus tácticas fueron pacíficas) pero sus  miembros no se limitaron a usar la no violencia; practicaron la autodefensa armada y la ocupación por la fuerza de edificios gubernamentales; a menudo con excelentes resultados.

Para “justificar” la represión del AIM, el FBI inventó el “Dog Soldier Teletypes”, mensajes que hacían pasar por comunicados del AIM, en los que se discutía la supuesta creación de brigadas del terror para asesinar a turistas, granjerxs y oficiales gubernamentales.  Estos teletipos formaron parte de una campaña instrumental general de desinformación conducida por  el FBI para cubrirse las espaldas (especialmente en el caso del gobierno) y poder encarcelar y asesinar a varixs de lxs activistas y simpatizantes del AIM. El FBI dice, acerca de estas campañas “No importa  si existen o no factores para sostener las acusaciones...  La difusión [a través de los medios]  puede  realizarse  sin los factores  que la respaldan”. Si, a los  ojos del gobierno, no importa si una organización considerada amenazante para   el status quo ha cometido o no una acción violenta, ¿por qué los partidarios de la no violencia continúan insistiendo en que la verdad les hará libres?

El antes mencionado artículo del Nation pide la adherencia estricta del movimiento entero a la no violencia, criticando a otras organizaciones pacíficas que rechazan abiertamente condenar a los activistas que usan una diversidad de tácticas. El autor se lamenta de que es  imposible  controlar  las acciones de todos aquellos que participan en una manifestación, por supuesto,  pero los esfuerzos más vigorosos para asegurar [sic] la no violencia  y prevenir los comportamientos destructivos  son posibles y necesarios. Que un 95 por ciento de los participantes estén comprometidos con la no violencia no es suficiente”.

Sin duda, un compromiso “más vigoroso” hacia la no violencia significa que los líderes activistas deben contar más con la policía como una fuerza de la paz y acudir a ellos para que detengan a los “alborotadores”. Esta táctica ya ha sido aplicada por los pacifistas. (De hecho, la primera vez que fui asaltado en una protesta no fue por la policía, sino por un “Peace Officer”, que trató de empujarme a la cuneta mientras yo y otros  cortábamos una carretera para evitar que la policía dividiera la marcha para poder realizar detenciones masivas entre el segmento menos nutrido. En este caso, yo me resistía los empujones del “Peace Officer”, que trataba de apartarme y dejarme solo frente a la policía, que estaba supervisando el trabajo de estos lacayos, y tuve que zambullirme de nuevo en la multitud para evitar ser arrestado o agredido).

¿Puede alguien imaginar a  los activistas revolucionarios reivindicar que deben ser más vigorosos y garantizar que cada participante de un evento golpee a un policía o lance un ladrillo contra una ventana? Por el contrario, la mayoría de anarquistas y otros militantes han rebajado sus posturas, trabajando con pacifistas y asegurando que en las manifestaciones conjuntas, la gente que se opone a la confrontación, asustada por la brutalidad policial o especialmente vulnerable a las sanciones  legales puedan tener un “espacio de seguridad”. El pacifismo trabaja mano a mano en los esfuerzos por centralizar y controlar al movimiento. El concepto resulta esencialmente autoritario e incompatible con el anarquismo, porque niega a la gente el derecho a la autodeterminación directa de sus propias luchas. La dependencia pacifista hacia la centralización y el control (con un liderazgo que puede invertir “vigorosos esfuerzos” para “prevenir comportamientos  destructivos”) preserva la figura del Estado en el movimiento, y preserva las estructuras jerárquicas  para asistir las negociaciones del Estado (y la represión estatal).

La historia nos muestra que, si un movimiento carece de uno líder, el Estado le inventará uno. El Estado eliminó violentamente los sindicatos anti- jerárquicos de principios del siglo XX, mientras sobornó y negoció con el liderazgo del sindicato jerárquico. Los regímenes coloniales nombraron a “jefes” para las sociedades sin Estado que no lo tenían, para imponer el control político en África o negociar engañosas amenazas en Norteamérica. Además, los movimientos sociales sin líder son especialmente difíciles de reprimir. Las tendencias del pacifismo hacia la negociación y la centralización facilitan los esfuerzos del Estado para manipular y cooptar los movimientos  sociales rebeldes; también le ponen más fácil al Estado reprimir a los movimientos, si deciden que existe la necesidad de hacerlo.

La visión pacifista del cambio social proviene de una posición aventajada y privilegiada, donde la represión completa por parte del Estado no constituye un  miedo real. Un  ensayo sobre la estrategia no violenta, que recomiendan encarecidamente algunos pacifistas, incluye un  diagrama: los activistas no violentos son de izquierdas, sus oponentes, -presumiblemente reaccionarios-, son de derechas, y un indeciso tercer partido es de centro. Los tres segmentos son agrupados equitativamente alrededor de una decisión autoritaria aparentemente neutral.  Esta es una visión completamente naïf y privilegiada del gobierno democrático, en el que todas las decisiones son tomadas por la mayoría, con, en el peor de los casos, una limitada violencia practicada sólo fuera del conservadurismo recalcitrante y apático para cambiar el status quo. El diagrama supone a una sociedad sin jerarquías  raciales, clasistas [y patriarcales]; sin privilegios, poder y élites violentas; sin unos medios de comunicación controlados por los intereses del estado y del capital, preparados para dirigir las percepciones de la ciudadanía. No existe una sociedad como ésta en ninguna de las democracias industriales y capitalistas.

Dentro de este modelo de poder social, la revolución es un juego de tipo moral, una campaña de apoyo que puede ganarse mediante “la habilidad de dignificar  el sufrimiento  [por ejemplo,  los estudiantes en contra de la segregación que realizaban sentadas en los comedores  “solo para blancos” mientras eran atacados verbal y físicamente] para atraer la simpatía  y el apoyo político”

En primer lugar, este modelo supone un análisis del Estado sustancialmente caritativo y parecido a cómo el Estado se describe a sí mismo en los libros de texto de las escuelas públicas. En este análisis, el Estado es un órgano de toma de decisiones neutral y pasivo que responde a las presiones públicas. Es, en el mejor de los casos imparcial, y en el peor de los casos está acosado por una cultura conservadora e ignorante. Pero no es estructuralmente  opresivo. Segundo, este modelo pone a lxs pacifistas en la posición de quien presiona y negocia con ese órgano de toma de decisiones que, en realidad, está conscientemente limitado por sus propios intereses, está dispuesto a romper cualquier ley que le sea inconveniente,  y está integrado estructuralmente, y además depende de un sistema de poder y opresión que en primer lugar busca neutralizar a los movimientos sociales.

Los gobiernos modernos, que han estudiado en profundidad los métodos de control social, ven la paz como una situación continuada de excepción, que sólo es interrumpida por lxs agitadores externos. Ahora entienden que la condición natural del mundo (el mundo que han creado, hay que aclarar) es la del conflicto:

La rebelión contra sus normas es constante e inevitable. La habilidad política se      ha convertido en el arte de dirigir el conflicto, de forma permanente. En la medida en que los rebeldes continúen armándose con ramas de olivo y teniendo una visión naïf de la lucha, el Estado sabe que está a salvo. Pero los mismos gobiernos cuyos representantes hablan educadamente o, por el contrario, despachan groseramente a alguien en huelga de hambre, también espían constantemente a la resistencia y entrenan a agentes con técnicas para la guerra contrainsurgente, extraídas de las guerras de exterminio que se declararon para subyugar a las colonias rebeldes, desde Irlanda hasta Argelia. El Estado está preparado para usar todos estos métodos contra nosotros.

Cuando estamos Insertos en un tipo de represión exterminadora, dignificar el sufrimiento simplemente deja de ser divertido, y aquellxs pacifistas que no han dedicado completamente su futuro a la revolución declarando la guerra al status quo, en ese contexto,  pierden la claridad de su convicción (¿quizás hicieron algo que de alguna manera “provocó” o “mereció” la represión?) y se retiran. Consideremos la protesta de Seattle en 1999 y las sucesivas movilizaciones de masas del movimiento antiglobalización: los activistas en  Seattle fueron tratados brutalmente, pero se mantuvieron en pie, contraatacando, y muchos se empoderaron a raíz de la experiencia. Lo mismo sucedió en las manifestaciones de la ciudad de Québec contra la Free Trade Area of Ameritas (FTAA). En el otro extremo, la represión policial en las protestas anti-FTAA en el 2003, en Miami, fueron totalmente injustas, incluso para los estándares legalistas. Los participantes de la protesta no se sintieron más empoderados o dignificados por la violencia unidireccional que sufrieron; fueron tratados brutalmente, y mucha gente evitó una mayor participación por dicha brutalidad, que incluyó el episodio de que algunos activistas fueran agredidos sexualmente por la policía mientras estaban encerrados. Incluso en las protestas más pasivas en Washington DC –las manifestaciones anuales contra el Banco Mundial, por ejemplo- la resistencia no violenta, que consiste en un ocasional y orquestado círculo de: encierro, detención, encarcelamiento y puesta en  libertad, no  fueron tan  empoderadoras como tediosas y marcadas por unas cifras de participación en constante disminución. Fueron ciertamente menos exitosos a la hora de ganarse la atención mediática o influenciar a la gente con el espectáculo del sufrimiento dignificado, aunque en cada caso, el criterio usado por lxs organizadorxes  pacifistas para alcanzar la victoria fue una combinación de poco más que cifras de participantes  y la ausencia de confrontación violenta con las autoridades  y la propiedad.

En un análisis ulterior podemos concluir que el Estado puede usar la no violencia para vencer incluso a un movimiento revolucionario que se haya vuelto, si no poderoso, sí lo suficiente efectivo. En Albania, en 1997, la corrupción del gobierno y el colapso económico causó que un gran número de familias perdieran todos sus ahorros. En respuesta, el “Partido Socialista convocó una manifestación en la capital, esperando alzarse como líder de un movimiento  de protesta pacífico” Pero la resistencia se extiende mucho más allá del control de ningún partido político. La gente comenzó a armarse; quemaron o atentaron contra bancos, comisarías, edificios gubernamentales y oficinas de los servicios secretos y liberaron prisiones. “Muchos de los militares desertaron,  o bien, uniéndose a los insurgentes  o volando a Grecia”. Los albaneses tuvieron el aplomo necesario para derrocar el sistema que les estaba oprimiendo, lo que les dio la oportunidad para crear nuevas organizaciones sociales. “A mediados de marzo, el gobierno, incluyendo la policía secreta, fue forzado a abandonar la capital”. Poco después, varios centenares de tropas de la Unión Europea ocuparon Albania para reinstaurar la autoridad central. Los partidos de la oposición, que tiempo atrás habían estado negociando con el gobierno para encontrar un conjunto de condiciones que indujera a lxs rebeldes a abandonar las armas y convencer al partido dirigente para retirarse (para favorecer su ascenso), fue central a la hora de permitir la ocupación y pacificar a los rebeldes, conducir  las elecciones y restituir al Estado.

De  una manera parecida, Frantz Fanon describe a los partidos de oposición que denunciaron la rebelión violenta en las colonias a través de un deseo de control del movimiento: “Después de las primeras escaramuzas,  los líderes oficiales  se  dispusieron   rápidamente”  a la acción militante, que “calificaron de puerilidad”  Entonces, “los elementos  revolucionarios que se les suscribieron, fueron rápidamente  aislados. Los líderes  oficiales,  protegidos  por sus años  de  experiencia, renegaron  implacablemente   de estos  ‘aventureros  y  anarquistas’”. 

Como  Fanon explica, en particular en relación a Argelia y las luchas anticoloniales en general:

“La máquina de partido se muestra   a sí misma opuesta a toda innovación” y los líderes “están aterrorizados  y preocupados por la idea de que puedan  ser borrados por una vorágine cuya naturaleza, fuerza o dirección no puedan ni imaginar” .

Aunque estos líderes políticos de la  oposición, en Albania, Argelia o en cualquier otro lugar, generalmente no se identifican como pacifistas, es interesante darse cuenta de cómo juegan un rol similar. Por su parte los genuinos pacifistas son más capaces de aceptar las engañosas ramas de olivo de los políticos pacificadores que de ofrecer su solidaridad a los revolucionarios  armados. La alianza y la fraternidad estándar entre pacifistas y líderes políticos progresistas (que aconsejan moderación) sirven para fracturar y controlar a los movimientos revolucionarios. Es en ausencia de penetración pacifista significativa dentro de los movimientos populares que los líderes políticos fracasan a la hora de controlar dichos movimientos, y sólo entonces son rechazados y amputados como las sanguijuelas elitistas que son.



Es cuando la no violencia es tolerada por los movimientos populares que dichos movimientos quedan tullidos.

En última instancia,  los activistas no violentos dependen de la violencia del Estado para proteger sus “logros”, y no oponen resistencia a la violencia del Estado cuando es usada contra lxs militantes (de hecho, a menudo la animan). Negocian y cooperan con la policía armada en sus manifestaciones.  Y, aunque lxs pacifistas honoran a sus “presos de conciencia”, sé por experiencia, que tienden a ignorar la violencia del sistema carcelario en los casos en los que quien está preso ha cometido un acto de resistencia violenta o de vandalismo (por no mencionar un delito apolítico). Cuando estaba cumpliendo una sentencia de prisión de seis meses por un acto de desobediencia civil, me llovió el apoyo de los pacifistas de todo el país. Pero, en conjunto, mostraron una falta de preocupación increíble hacia la violencia institucionalizada, encajando los 2.2 millones de bajas del War on Crime del gobierno. Parece que la única forma de violencia a la que se oponen de una manera consistente es a la rebelión contra el Estado.

El mismísimo signo de la paz es una perfecta metáfora de su función. En lugar de alzar un puño,  los pacifistas alzan sus dedos índice y anular para formar una uve. Esta uve significa victoria y es el símbolo de los patriotas que se regocijan en la paz que sigue al triunfo de una guerra. En conclusión, la paz que los pacifistas defienden  es la de los militares  vencedores,  la de un Estado sin oposición que ha conquistado toda resistencia y monopolizado la violencia hasta tal punto que la violencia ya no necesita ser visible. Ésta es la Pax Americana.



 Peter Gelderloos

La no violencia es

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