domingo, 1 de julio de 2012

  Cuento:
El anarquista que llegó de Italia




Se inicia la acción. Alguien llega...
       
 La máquina entró lentamente en la estación arrojando humo y vapor, como un animal desfallecido. Arrastraba tras de sí una corta fila de vagones de madera en los que podían observarse los estragos que el paso del tiempo había producido en ellos.


Después de unos instantes que a los escasos viajeros debieron parecerles interminables, el tren se detuvo completamente con un horrísono rechinar de los frenos.


Mientras tanto los mozos de estación ya se habían preparado para recoger y transportar los equipajes de los viajeros que comenzaban a descender.


La puerta de uno de los compartimientos se abrió en ese momento y la silueta de un hombre se destacó en la tenue luz de esa mañana otoñal. Era alto, de unos cuarenta años, con rostro grave que ostentaba una barba negra poblada. Uno de los mozos se acercó de inmediato y le recogió su escaso equipaje acompañándole hacia la salida. Allí esperaban algunos coches de punto y el viajero se dirigió a uno de ellos, entregándole al cochero un papel en el que había anotada una dirección: Fonda de Italia, calle Boquería.


El cochero le miró perplejo y le respondió con forzada amabilidad:


-Perdone, señor, pero esta pensión hace tiempo que ya no existe.


En ese momento empezó a caer una fina lluvia y el frío mostró aún más su rostro descarnado; la cara del viajero se ensombreció y pareció caer en una especie de abatimiento. De pronto pareció recobrar su primitiva jovialidad; buscó frenéticamente en los bolsillos del grueso gabán con el que se abrigaba y extrajo una hoja de papel arrugada que desplegó y entregó al cochero.


La nota decía escuetamente: Calle Canuda nº 31.


Éste, después de observarla, le sonrió:


-Esta dirección la conozco muy bien, señor, es la del Centro Republicano Federal. Nuestro hombre respiró aliviado y subió al coche que comenzó a rodar suavemente por una amplia avenida. Unos minutos después el vehículo giró a la derecha y se adentró por una amplia alameda con un paseo central bordeado de árboles por el que transitaba una multitud abigarrada.


El viajero se inclinó y observó con gran curiosidad. En ese momento el cochero ladeó un poco la cabeza y le gritó orgulloso:


-Son las Ramblas, señor. No existe nada igual en todo el mundo -finalizó con una gran satisfacción reflejada en su rostro.


Por el paseo circulaban muchachas con mantilla, luciendo elegantes corpiños blancos y encarnados, descubiertas y con flores en el pelo, soldados con armas, oficiales con vistosos uniformes hablando en voz baja. También se veían curas ventrudos y antipáticos.


Un poco más adelante una multitud se agrupa para contemplar a un hombre que imita las escenas de una corrida de toros, a una andaluza con falda corta que baila un fandango al son de unas castañuelas.


El viajero no salía de su asombro. Esperaba encontrar una ciudad en plena efervescencia revolucionaria y parecía una ciudad en fiestas. Aún no hacía dos meses que Isabel II había sido destronada y nada daba la impresión de que ese hecho hubiera afectado de alguna manera al pulso vital del país.


-Ya estamos llegando, señor. La voz del cochero le sacó de sus meditaciones.


Se inclinó de nuevo hacía el exterior y en ese momento creyó ver una figura conocida. En su excitación comenzó a gritar al cochero para que se detuviera; cuando al fin éste comprendió y detuvo el coche, el hombre se apeó y corrió hacia la figura que se perdía entre la multitud.


-Elie - dijo al llegar a su lado.


Un hombre de mediana estatura y de complexión robusta se volvió, era Elías Reclús; lucía una hermosa y poblada barba al uso. Una amplia sonrisa iluminó su rostro al ver a su viejo amigo.


-¡Giuseppe! ¡Por fin has llegado! -dijo en un perfecto francés. Arístide Rey llegó hace dos días y ahora mismo iba a reunirme con él en el Círculo Republicano Federal. Se ha convocado para esta noche una importante reunión en la que se tratarán diversos temas que interesan a la instauración de la República en España y en la que participarán Garrido y Tutau, entre otros miembros del partido. Vamos, porque seguramente los encontraremos a todos reunidos en este momento preparando el acto de esta noche y así tendrás oportunidad de trabar conocimiento con ellos.


Después de pagar al cochero la carrera, Fanelli recogió su escaso equipaje y los dos hombres cruzaron la avenida enfilando la calle que estaba frente a ellos conpaso decidido. En el rótulo podía leerse: Calle Canuda...


* * *

Algunos de los hechos de este corto relato nos los ha trasmitido el propio Elías Reclús(1), pero no así la llegada de Fanelli a Barcelona que pudo desarrollarse de esta manera o de cualquier otra, poco importa. No obstante, si sopesamos cada una de las circunstancias que rodearon su viaje a España y admitimos que él fue uno de los artífices esenciales en la introducción del anarquismo en ese país, deberíamos concluir sin duda que su arraigo se debió más a una especie de predestinación que al resultado de toda una serie de factores, muchos de ellos fortuitos, cuya confluencia en una determinada coyuntura permitió su franco desarrollo.(2)



1)”Impresiones de un viaje por España en tiempos de revolución”, La Revista Blanca (Barcelona),211 (1 mar. 1932), 577.

 
2)Max Nettlau (1977), 23, después de describir los preparativos del viaje de Fanelli a España(éste fue el último en el que Bakunin pensó para realizar misión tan delicada), concluye:"Reproduzco estos detalles para mostrar qué pequeños obstáculos y contratiempos obstruíanestos esfuerzos que la leyenda se figura hechos de un golpe, por un impulso impetuoso."

Texto Extraído del libro   la " Antología Documental del AnarquismoEspañol" Volumen 1: Organización y revolución: De la Primera Internacional al Proceso de Montjuic (1868-1896) PAG 12 Y 13
 
 

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