domingo, 27 de mayo de 2012

Anarquía: cuestión de vocablos - Daniel Guérin



La palabra Anarquía es vieja como el mundo. Deriva de dos voces del griego antiguo: an (an) y arch (arjé), y significa, aproximadamente ausencia de autoridad o de gobierno. Pero, por haber reinado durante miles de años el prejuicio de que los hombres son incapaces de vivir sin la una o el otro, la palabra anarquía pasó a ser, en un sentido peyorativo, sinónimo de desorden, de caos, de desorganización.

Gran creador de definiciones ingeniosas (tales como la propiedad es un robo), Pierre-Joseph Proudhon se anexó el vocablo anarquía. Como si quisiera chocar al máximo, hacia 1840 entabló con los filisteos este provocativo diálogo:

– Usted es republicano.
– Republicano, sí; pero esta palabra no define nada. República, significa cosa pública...    También los reyes son republicanos.
– Entonces, ¿es usted demócrata?
– No.
– ¡Vaya! ¿No será usted monárquico?
– No.
– ¿Constitucionalista?
– ¡Dios me libre!
– ¿Aristócrata, acaso?
– De ningún modo.
– ¿Desea un gobierno mixto?
– Menos todavía.
– ¿Qué es, pues, usted?
– Soy anarquista.      

Para Proudhon, más constructivo que destructivo, pese a las apariencias, la palabra anarquía -que, en ocasiones, se allanaba a escribir an-arquía para ponerse un poco a resguardo de los ataques de la jauría de adversarios- significaba todo lo contrario de desorden, según veremos luego. A su entender, es el gobierno el verdadero autor de desorden. Únicamente una sociedad sin gobierno podría restablecer el orden natural y restaurar la armonía social. Arguyendo que la lengua no poseía ningún vocablo adecuado, optó por devolver al antiguo término anarquía su estricto sentido etimológico para designar esta panacea. Pero, paradójicamente, durante sus acaloradas polémicas se obstinaba en usar la voz anarquía también en el sentido peyorativo de desorden, obcecación que heredaría su discípulo Mijaíl Bakunin, y que sólo contribuyó a aumentar el caos.

Para colmo, Proudhon y Bakunin se complacían malignamente en jugar con la confusión creada por las dos acepciones antinómicas del vocablo; para ellos, la anarquía era, simultáneamente, el más colosal desorden, la absoluta desorganización de la sociedad y, más allá de esta gigantesca mutación revolucionaria, la construcción de un nuevo orden estable y racional, fundado sobre la libertad y la solidaridad.

No obstante, los discípulos inmediatos de ambos padres del anarquismo vacilaron en emplear esta denominación lamentablemente elástica que, para el no iniciado, sólo expresaba una idea negativa y que, en el mejor de los casos, se prestaba a equívocos enojosos. Al final de su carrera, ya enmendado, el propio Proudhon no tenía reparos en autotitularse federalista. Su posteridad pequeño-burguesa preferiría, en lugar de la palabra anarquismo, el vocablo mutualismo, y su progenie socialista elegiría el término colectivismo, pronto reemplazado por el de comunismo.

Más tarde, a fines del siglo XIX, en Francia, Sébastien Faure tomó una palabra creada hacia 1858 por un tal  Joseph Déjacque y bautizó con ella a un periódico: Le Libertaire, [El Libertario]. Actualmente, anarquista y libertario pueden usarse indistintamente.

Pero la mayor parte de estos términos presentan un serio inconveniente: no expresan el aspecto fundamental de las doctrinas que pretenden calificar. En efecto, anarquía es, ante todo, sinónimo de socialismo. El anarquista es, primordialmente, un socialista que busca abolir la explotación del hombre por el hombre, y el anarquismo, una de las ramas del pensamiento socialista. Rama en la que predominan las ansias de libertad, el apremio por abolir el Estado. En concepto de Adolph Fischer, uno de los mártires de Chicago, "todo anarquista es socialista, pero todo socialista no es necesariamente anarquista".

Ciertos anarquistas estiman que ellos son los socialistas más auténticos y consecuentes. Pero el rótulo que se han puesto, o se han dejado endilgar, y que, por añadidura, comparten con los terroristas, sólo les ha servido para que se los mire casi siempre, erróneamente, como una suerte de "cuerpo extraño" dentro de la familia socialista. Tanta indefinición dio origen a una larga serie de equívocos y discusiones filológicas, las más de las veces sin sentido. Algunos anarquistas contemporáneos han contribuido a aclarar el panorama al adoptar una terminología más explícita: se declaran socialistas o comunistas libertarios.



UNA REBELDIA VISCERAL


El anarquismo constituye, fundamentalmente, lo que podríamos llamar una rebeldía visceral. Tras realizar, a fines del siglo pasado, un estudio de opinión en medios libertarios, Agustín Hamon llegó a la conclusión de que el anarquista es, en primer lugar, un individuo que se ha rebelado. Rechaza en bloque a la sociedad y sus cómitres. Es un hombre que se ha emancipado de todo cuanto se considera sagrado, proclama Max Stirner. Ha logrado derribar todos los ídolos. Estos "vagabundos de la inteligencia", estos "perdidos", "en lugar de aceptar como verdades intangibles aquello que da consuelo y sosiego a millares de seres humanos, saltan por encima de las barreras del tradicionalismo y se entregan sin freno a las fantasías de su crítica impudente".

Proudhon repudia en su conjunto al "mundo oficial" -los filósofos, los sacerdotes, los magistrados, los académicos, los periodistas, los parlamentarios, etc.- para quienes "el pueblo es siempre el monstruo al que se combate, se amordaza o se encadena; al que se maneja por medio de la astucia, como al rinoceronte o al elefante; al que se doma por hambre; al que se desangra por la colonización y la guerra". Elisée Reclus explica por qué estos aprovechados consideran conveniente la sociedad: "Puesto que hay ricos y pobres, poderosos y sometidos, amos y servidores, césares que mandan combatir y gladiadores que van a la muerte, las personas listas no tienen más que ponerse del lado de los ricos y de los amos, convertirse en cortesanos de los césares".

Su permanente estado de insurrección impulsa al anarquista a sentir simpatía por los que viven fuera de las normas, fuera de la ley, y lo lleva a abrazar la causa del galeote y de todos los réprobos. En opinión de Bakunin, Marx y Engels son muy injustos cuando se refieren con profunda desprecio al Lumpenproletariat, el "proletariado en harapos", "pues en él, únicamente en él, y no en la capa aburguesada de la masa obrera, reside el espíritu y la fuerza de la futura revolución social".

En boca de su Vautrin, poderosa encarnación de la protesta social, personaje entre rebelde y criminal, Balzac pone explosivos conceptos que un anarquista no desaprobaría.


LA AVERSIÓN POR EL ESTADO


Para el anarquista, de todos los prejuicios que ciegan al hombre desde el origen de los tiempos, el del Estado es el más funesto. Stirner despotrica contra los que "están poseídos por el Estado" "por toda la eternidad". Tampoco Proudhon deja de vituperar a esa "fantasmagoría de nuestro espíritu que toda razón libre tiene como primer deber relegar a museos y bibliotecas". Así diseca el fenómeno: "Lo que ha conservado esta predisposición mental y ha mantenido intacto el hechizo durante tanto tiempo, es el haber presentado siempre al gobierno como órgano natural de justicia, como protector de los débiles". Tras mofarse de los "autoritarios" inveterados, que "se inclinan ante el poder como los beatos frente al Santísimo", tras zamarrear a "todos los partidos sin excepción", que vuelven "incesantemente sus ojos hacia la autoridad como su único norte", hace votos porque llegue el día en que "el renunciamiento a la autoridad reemplace en el catecismo político a la fe en la autoridad".

Kropotkin se ríe de los burgueses, que "consideran al pueblo como una horda de salvajes que se desbocarían en cuanto el gobierno dejara de funcionar". Adelantándose al psicoanálisis, Malatesta pone al descubierto el miedo a la libertad que se esconde en el subconsciente de los "autoritarios".

¿Cuáles son, a los ojos de los anarquistas, los delitos del Estado?

Escuchemos a Stirner: "El estado y yo somos enemigos". "Todo Estado es una tiranía, la ejerza uno solo o varios". El Estado, cualquiera que sea su forma, es forzosamente totalitario, como se dice hoy en día: "El Estado persigue siempre un sólo objetivo: limitar, atar, subordinar al individuo, someterlo a la cosa general (...). Con su censura, su vigilancia y su policía, el Estado trata de entorpecer cualquier actividad libre y considera que es su obligación ejercer tal represión porque ella le es impuesta (...) por su instinto de conservación personal". "El Estado no me permite desarrollar al máximo mis pensamientos y comunicárselos a los hombres (...) salvo si son los suyos propios (...). De lo contrario, me cierra la boca".

Proudhon se hace eco de las palabras de Stirner: "El gobierno del hombre por el hombre es la esclavitud". "Quien me ponga la mano encima para gobernarme es un usurpador y un tirano. Lo declaro mi enemigo". Y luego pronuncia una tirada digna de Molière o de Beaumarchais: "Ser gobernado significa ser vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, reglamentado, encasillado, adoctrinado, sermoneado, fiscalizado, estimado, apreciado, censurado, mandado, por seres que carecen de títulos, ciencia y virtud para ello (...). Ser gobernado significa ser anotado, registrado, empadronado, arancelado, sellado, medido, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, apostillado, amonestado, contenido, reformado, enmendado, corregido, al realizar cualquier operación, cualquier transacción, cualquier movimiento. Significa, so pretexto de utilidad pública y en nombre del interés general, verse obligado a pagar contribuciones, ser inspeccionado, saqueado, explotado, monopolizado, depredado, presionado, embaucado, robado; luego, a la menor resistencia, a la primera palabra de queja, reprimido, multado, vilipendiado, vejado, acosado, maltratado, aporreado, desarmado, agarrotado, encarcelado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, traicionado y, para colmo, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado. ¡Eso es el gobierno, ésa es su justicia, ésa es su moral! (...) ¡Oh personalidad humana! ¿Cómo es posible que durante sesenta siglos hayas permanecido hundida en semejante abyección?".

Para Bakunin, el Estado es una "abstracción que devora a la vida popular", un "inmenso cementerio donde, bajo la sombra y el pretexto de esa abstracción, se dejan inmolar y sepultar generosa, mansamente, todas las aspiraciones verdaderas, todas las fuerzas vivas de un país".

Al decir de Malatesta, "el gobierno, con sus métodos de acción, lejos de crear energía, dilapida, paraliza y destruye enormes fuerzas".

A medida que se amplían las atribuciones del Estado y de su burocracia, el peligro se agrava. Con visión profética, Proudhon anuncia el peor flagelo del siglo XX: "El funcionarismo (...) conduce al comunismo estatal, a la absorción de toda la vida local e individual dentro de la maquinaria administrativa, a la destrucción de todo pensamiento libre. Todos desean abrigarse bajo el ala del poder, vivir por encima del común de las gentes". Es hora de acabar con esto: "Como la centralización se hace cada vez más fuerte (...), las cosas han llegado (...) a un punto en el que la sociedad y el gobierno ya no pueden vivir juntos". "Desde la jerarquía más alta hasta la más baja, en el Estado no hay nada, absolutamente nada, que no sea un abuso que debe reformarse, un parasitismo que debe suprimirse, un instrumento de la tiranía que debe destruirse. ¡Y habláis de conservar el Estado, de aumentar las atribuciones del Estado, de fortalecer cada vez más el poder del Estado! ¡Vamos, no sois revolucionarios!".

Bakunin no se muestra menos lúcido cuando vislumbra, angustiado, que el Estado irá acentuando su carácter totalitario. A su ver, las fuerzas de la contrarrevolución mundial, "apoyadas por enormes presupuestos, por ejércitos permanentes, por una formidable burocracia", dotadas "de todos los terribles medios que les proporciona la centralización moderna" son "un hecho monumental, amenazador, aplastante".

Fragmento del Libro EL ANARQUISMO:
DE LA DOCTRINA A LA ACCIÓN
de Daniel Guérin, Texto extraído y libro completo en http://www.kclibertaria.comyr.com/lhtml/l024.html


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