domingo, 20 de marzo de 2016

Comunalismo y sindicalismo - Emilio López Arango

He aquí un tópico que pocas veces, o ninguna, tocan los teorizantes del sindicalismo y que casi lo tienen olvidado por completo los mismos anarquistas. Porque, al grado de preponderancia que llegó el movimiento sindical y a las orientaciones que, en términos generales, siguen los sindicatos obreros, es el caso de preguntas si la práctica del “sindicalismo revolucionario” responde a la teoría anarquista, no ya en el espíritu libertario que lo informa, sino principalmente en su concepción económica de la sociedad futura: el comunismo.

El movimiento sindical de los trabajadores, sujeto a esa encadenación de factores morales y materiales derivados de la organización económica actual, interpreta, en su conjunto, por los objetivos que persigue en sus diarias acciones y por el “objeto” que combate, la teoría marxista del “materialismo histórico”. De esa premisa, que tiene de real el hecho de que el materialismo es la substancia de toda organización asentada en el privilegio y la expoliación pero que se basa en una hipótesis puramente negativa, ya que confía al desarrollo industrial del capitalismo el proceso de disolución de la sociedad capitalista—; en esa superchería creada por Marx para dar valor a su “Estado obrero” y a su acción reformista del “socialismo científico” —socialismo de parlamento y de disputas electorales—  surgió la moderna concepción del sindicalismo científico…

Los teóricos de ese sindicalismo basado en la concepción materialista de la historia y que sigue a la zaga del capitalismo, copiando sus modalidades y haciendo suyos los “medios” que va creando en su continuo desarrollo industrial, creen que, con afirmar su fe libertaria y rechazar las viejas prácticas del funcionalismo marxista y la acción política de los parlamentaristas, establecen una diferencia esencial entre los sindicatos y los partidos. Pero en realidad, la diferencia es sólo de forma. La acción política de los socialistas se inspira en la llamada lucha de clases. El sindicalismo realiza diariamente esa lucha de clases, persiguiendo como objetivo inmediato el mejoramiento en las condiciones económicas del proletariado y como finalidad social la destrucción de la sociedad capitalista. Empleando medios distintos, sindicalistas y socialistas tienen una misma aspiración final: arrebatar el poder político a la burguesía y expropiar a sus actuales detentadores los instrumentos de producción y los “medios” que sirven para regularizar el consumo.

Se dirá que el sindicalismo que esbozamos aquí no es otra cosa que el marxismo llevado a las sociedades obreras por los políticos reformistas. Y se podrá objetar también que si el movimiento obrero está “fatalmente” obligado a seguir ese desarrollo material del capitalismo, no es posible afianzar una teoría contraria al “materialismo histórico” tomando como base a las organizaciones económicas del proletariado. Pero es el caso que nosotros no discutimos las “intenciones” de los “sindicalistas revolucionarios”: intenciones que tienen su síntesis ideológica en los preámbulos, cartas orgánicas, pactos de solidaridad y declaraciones de principios inspirados en las ideas libertarias. Como tampoco aceptamos el exclusivismo materialista de Marx, ni creemos que los organismos obreros deban seguir el proceso de desarrollo industrial copiando las formas exteriores del capitalismo y buscando en la estructura económica de la sociedad contemporánea los elementos constructivos de la futura organización de los pueblos.

Planteada la cuestión en estos términos, cabe que intentemos establecer la diferencia fundamental que separa a los anarquistas de los marxistas. Y, como generalmente se cree que el problema es puramente moral y hasta abstracto —que se reduce a ciertas declaraciones revolucionarias y a varios aspectos externos de la lucha inmediata contra el Estado y el capitalismo—, queremos buscar un ejemplo convincente en la más típica expresión del movimiento revolucionario: la acción sindical de los trabajadores.

¿Existe una cohesión efectiva entre el movimiento obrero (hablamos en términos generales) y la concepción libertaria del comunismo? Veamos. Las orientaciones del sindicalismo están subordinadas al desarrollo capitalista (“materialismo histórico”), y en el proceso industrial de la burguesía encontraron sus teorizadores los elementos de juicio para crear una teoría revolucionaria propia… Quiere decir, pues, que el sindicalismo, empleando los medios que le ofrece la organización capitalista, y únicamente inspirado en el principio de la lucha de clases, persigue como fin el establecimiento de una organización capitalista dirigida por los trabajadores. Y este absurdo —que no pocos creerán una afirmación antojadiza de parte nuestra—, está contenido en este alegato: “todo el poder a los sindicatos”, y en esta otra premisa: “ir constituyendo la sociedad nueva en el cascarón de la vieja”.

La concepción anarquista, aplicada a la misma organización económica de los trabajadores, es contraria a ese “sindicalismo constructivo”. No es posible olvidar este principio elemental de nuestra ideología: la organización comunista de una sociedad de hombres libres, debe tener por base a la comuna. El sindicalismo no tiene en cuenta la existencia de esos grupos autónomos de individuos, verdaderas células del organismo social, porque para los “materialistas históricos” las diferenciaciones éticas y étnicas están subordinadas al entrelazamiento creado entre los pueblos de una región o de varias regiones por una industria cualquiera. De lo que resulta que la base de la organización sindicalista está en el principio de centralización industrial —y no en la descentralización de esas monstruosas empresas y trusts financieros que destruyen las características del comunialismo—, con lo que se llegaría, después de la revolución a crear un Estado sindicalista cuyas células estarían representadas por cada una de las ramas industriales injertadas en el tronco capitalista…

El juego de palabras con que pretenden los sindicalistas identificar sus teorías a la concepción libertaria del comunismo, no puede servir de juicio en la aclaración de estos dos valores antitéticos: el comunalismo y el sindicalismo.

Los anarquistas, si quieren ser consecuentes con sus ideas y mantenerse irreductibles frente a las desviaciones que alejan al movimiento obrero de sus fuentes de inspiración libertaria, no deben olvidar que las organizaciones económicas del proletariado tienen carácter transitorio y responden pura y exclusivamente a “necesidades” creadas por el desarrollo capitalista e impuestas por las condiciones precarias en que vive la clase trabajadora. Y si la conformación de esos órganos de lucha se mantiene sujeta a las formas estructurales del régimen capitalista, ¿qué valores revolucionarios podemos atribuir a los sindicatos obreros?

Para los anarquistas, el sindicalismo no puede ser otra cosa que un medio de lucha: la organización económica de los trabajadores para actuar en el plano económico que sirve de base a la sociedad capitalista. Y siendo los sindicatos simples medios para la acción económica de los trabajadores, se comprende que no es posible atribuirles una función social pre-revolucionaria que no pueden desempeñar al margen de la organización capitalista, puesto que son la imagen y semejanza de esa misma organización.

De ese hecho parte la diferencia que separa la propaganda anarquista del movimiento puramente sindicalista. Y no es necesario presentar como ejemplo a los grupos de propaganda que se desenvuelven al margen de las organizaciones obreras, pues la orientación anarquista puede ser señalada también en organizaciones proletarias creadas sobre la base de la lucha económica. Se puede ser comunalista — esto es, partidario de la organización siguiendo las líneas que señala los diversos organismos humanos, sin tener en cuenta el proceso de centralización capitalista o las “especialidades” creadas por el industrialismo—, y defender la organización sindical de los trabajadores. Lo importante es mantener latente el espíritu de independencia de los proletarios y oponer una fuerza consciente al poder avasallador del capitalismo, minando su formidable organismo económico para inutilizarlo por completo sin esperar servirse de él durante o después de la revolución.

Los anarquistas que tienen en cuenta todas las razones del “materialismo histórico” y llevan a los sindicatos obreros las preocupaciones derivadas de la supuesta prevalencia del factor económico sobre las causas morales que determinan la esclavitud de los pueblos, contribuyen al afianzamiento de esa doctrina sindicalista que pretende encerrar la vida en los estrechos moldes del sindicato. Y si esos anarquistas, pretendiendo haber hecho un colosal descubrimiento, nos presentan el industrialismo I.W.W. o sus derivados sindicales: consejos de fábrica, organización por talleres, división del trabajo en ramas de industria y demás innovaciones de corte marxista, creyendo haber encontrado la solución del problema social, es menester que les recordemos que nada tan opuesto a las ideas anarquistas y a la concepción del comunismo como esa teoría sacada de la médula del capitalismo.

El alegato de que las “necesidades” imponen esas nuevas formas orgánicas al sindicalismo, es una superchería que solo pueden sostener y aceptar los “materialistas históricos”. El problema fundamental que agita a los pueblos, gesta el descontento popular y plasma las protestas humanas en movimientos revolucionarios, no tiene sus causas primeras —que en realidad son causas únicas—, en los aspectos actuales de la explotación y el dominio del hombre por el hombre. El capitalismo es un aspecto, el más moderno y posiblemente también el más degradante, del secular sistema que regula la vida de los pueblos. Y si revoluciones hubo antes de que la burguesía se elevara al rango de clase privilegiada y antes que el Estado capitalista nos ofreciera su terrible poder económico, es fácil constatar que el espíritu que alienta a la humanidad en su penosa marcha hacia el futuro es anterior a las “necesidades” creadas al proletariado por el desarrollo industrial de las sociedades burguesas.

Constatamos, pues, que el punto de partida de toda organización libertaria está en la comuna. Y el comunalismo no es una simple expresión política —o un convencional denominativo geográfico—; sino que es ante todo una concepción libertaria que se basa en la reciprocidad de intereses y en la identificación de aspiraciones de los diversos grupos humanos que forman las naciones e integran el conjunto social de la humanidad.

Los rasgos característicos de cada pueblo no se han creado por medio de leyes artificiosas o por “caprichos” de la naturaleza. El anarquismo tiene muy en cuenta esas características morales y físicas que nos demuestran que la variedad es la ley natural más sabia… El socialismo, en cambio, ateniéndose a la premisa del “materialismo histórico”, supedita el problema humano al desarrollo del capitalismo y subordina a las necesidades económicas los factores morales que determinan el grado de cultura de cada pueblo.


El industrialismo obrero es la constatación del “materialismo histórico” llevado al terreno de la lucha de clases. Y ese camouflage revolucionario, por lo mismo que oculta la esterilidad creadora de las grandes masas sometidas a la dirección de los jefes políticos y sindicales que aspiran a la dictadura del proletariado, debe ser destruido por los anarquistas que no sufrieron el deslumbramiento de esa llamarada de pólvora...


Emilio López Arango




Digitalización: Rebeldelegre





No hay comentarios:

Publicar un comentario