sábado, 2 de agosto de 2014

El día en que la policía creó un medio de comunicación anarquista para fomentar el terrorismo

En el libro 'Memorias de un revolucionario', obra de un vasto valor histórico, Piotr Kropotkin relata diversas situaciones de su vida y de cómo la policía fabricaba constantes empresas para desarticular y desacreditar al movimiento anarquista. A continuación comparto algunos fragmentos que me llamaron especialmente la atención y que considero importante difundir ya que estas situaciones están, literalmente, a la orden del día. 

Cuando estaba trabajando con Eliseo Reclus en Clarens, acostumbraba a ir a Ginebra a presenciar la tirada de Le Révolté, y un día, al llegar a la imprenta, me dijeron que un caballero ruso deseaba hablarme. Ya lo había hecho con mis amigos, y les indicó que venía con propósito de inducirme a publicar en Rusia un periódico de la índole del nuestro, ofreciendo para tal fin el dinero necesario. Fui a encontrarlo en un café, donde me dio un apellido alemán: el de Tohnlehm, y me dijo que era natural de las provincias del Báltico; jactábase de poseer una gran fortuna invertida en ciertas fincas y empresas industriales, y se hallaba muy disgustado con el gobierno ruso por su proyecto de rusificación. La impresión que en general me produjo fue, hasta cierto punto, indeterminada; así que mis amigos insistían en que aceptara su ofrecimiento; pero su aspecto, sin embargo, dejaba algo que desear.


Del café me llevó a sus habitaciones del hotel, donde empezó a mostrar menos reserva y aparecer tal como era, y por consiguiente, más repulsivo. No pongáis en duda mi fortuna -me dijo-; tengo además un invento de importancia, del que pienso sacar patente y hacer que me produzca una suma respetable, dedicándolo todo a la causa de la revolución en Rusia y me enseñó, con gran sorpresa mía, un candelero que sólo se distinguía por lo feo, y cuya originalidad consistía en tener tres pedacitos de alambre destinados a recibir la vela. Ni la mujer más pobre habría encontrado el invento útil, y aun cuando se hubiera registrado, ningún industrial hubiese dado por la patente más de cincuenta francos. Un hombre rico, pensé, no es posible que espere nada de semejante mamarracho; al hacerlo, indica claramente que no ha visto nada mejor, lo que me hace creer que no existían tales carneros, e indudablemente no tenía de rico más que el nombre, no siendo suyo el dinero que ofrecía, por lo que decidí hablarle de la siguiente manera: Perfectamente; si tanto deseáis tener un periódico revolucionario ruso y habéis formado de mi la favorable opinión que habéis expresado, tenéis que depositar vuestro dinero en un banco, a mi nombre y a mi entera disposición. Pero os prevengo que no tendréis en él intervención alguna. Desde luego, así se hará -dijo él-; mas podré verlo, daros mi opinión sobre su marcha y ayudaros a introducirlo de contrabando en Rusia. No -repliqué-, nada de eso; no necesitaréis verme para nada. Mis amigos se figuraron que yo había estado muy duro con tal sujeto; pero algún tiempo después se recibió una carta de San Petersburgo, previniéndonos que recibiríamos la visita de un espía de la Sección Tercera, llamado Tohnlehm. El candelero nos fue, pues, de alguna utilidad.

 
Ya sea de un modo u otro, esta gente siempre se da a conocer. Estando en Londres, en 1881, recibimos una mañana brumosa la visita de dos rusos; conocía a uno de ellos de nombre, pero no al otro, a quien éste recomendaba como su amigo. Y según dijeron, el último se había ofrecido para acompañar al primero en una visita de varios días a Londres. Como su introductor había sido un amigo, no me inspiró la menor sospecha; pero como estaba muy ocupado aquel día, encargué a un amigo que vivía cerca que les toma habitaciones y los acompañara a ver Londres. Y como mi mujer no había visto tampoco la capital, fue con ellos; mas al volver por la noche me dijo: Ese hombre no me gusta nada; mucho ojo con él. ¿Pero por qué? ¿Qué ha ocurrido? -le pregunté-. Nada, absolutamente nada -me replicó-; pero por el modo de tratar al camarero en el café y la manera de andar con el dinero, vi, desde luego, que no era de los nuestros, y no siéndolo, ¿a qué viene en busca nuestra? Creía tanto en lo justo de sus sospechas que, sin dejar de cumplir sus deberes en cuanto a la hospitalidad, se manejó de tal modo que no lo dejó solo en mi estudio ni una vez siquiera. En nuestra conversación con él se mostró a tan bajo nivel moral, que hasta avergonzó a su compañero, y al pedir más antecedentes suyos, la explicación que dieron ambos no tuvo nada de satisfactoria, lo que dio lugar a que los dos estuviéramos en guardia. Por último, a los dos días se fueron de Londres, y quince días después recibí carta de mi amigo, llena de excusas por haber presentado a un joven que, según había descubierto en París, era un espía al servicio de la embajada rusa. Esto me hizo fijar la vista en una lista de agentes de la policía secreta rusa que prestaban servicio en Francia y Suiza, que los emigrados habíamos recibido del Comité ejecutivo, que tiene ramificaciones en todo San Petersburgo, y hallé en ella el nombre del joven sólo con una letra alterada.


El lanzar un periódico subvencionado por la policía, con un agente de ésta a su frente, es un antiguo plan, al que recurrió el prefecto de policía de París, Andrieux, en 1881. Estaba yo pasando unos días en casa de Reclus, en la sierra, cuando recibimos una carta de un francés, o mejor dicho un belga, en la que nos anunciaba que iba a publicar un periódico anarquista en París, y pedía nuestra colaboración.


La carta, que rebosaba de elogios, nos produjo una desfavorable impresión, y además Reclus tenía un vago recuerdo de haber oído el nombre del autor mezclado en un asunto poco edificante. Decidimos, pues, negarnos a ello, y yo escribí a un amigo de París, encargándole que se enterará de dónde procedía el dinero destinado a tal empresa, porque pudiera ser de los orleanistas, recurso al que habían apelado éstos en otras ocasiones, razón por la cual deseábamos conocer su origen. Y el amigo referido, procediendo con una rectitud de obrero, leyó dicha carta en un mitin, en presencia del mismo interesado, quien pretendió agraviarse, por lo que tuve que escribir otras varias sobre el mismo tema, pero en todas ellas permanecí aferrado a esta idea: Si el hombre es de buena fe, comprenderá que debe mostrarnos la fuente del dinero, de lo contrario no es revolucionario y no podemos tener con él ninguna relación.
 
Y esto fue lo que hizo al fin de cuentas. Acosado por tanta cuestión, dijo que el dinero procedía de su tía, una señora rica, de opiniones retrógradas que, dominada, sin embargo, por el deseo de tener un periódico, lo había proporcionado. La señora no se hallaba en París, sino en Londres, y como insistiéramos, no obstante, en tener sus señas, las obtuvimos por último, y nuestro amigo Malatesta se ofreció a ir a verla, lo que efectuó acompañado de un amigo italiano que tenia algunas relaciones en el comercio de muebles de segunda mano. La hallaron ocupando un piso bajo, y mientras Malatesta hablaba con ella, convenciéndose cada vez más de que todo era una comedia, el otro, fijándose en el mobiliario, descubrió que éste había sido alquilado el día antes, probablemente en un almacén próximo, pues el membrete del negociante aun estaba pegado en las sillas y mesas. Esto no era una prueba concluyente, pero, sin embargo, vino a aumentar nuestras sospechas, negándome yo en absoluto a tener nada que ver con la publicación.


El periódico era de una violencia exagerada: incendios, asesinatos y bombas de dinamita, era todo de lo que se ocupaba. Cuando fui al congreso de Londres encontré a dicho individuo, y desde el momento que vi que no se lavaba la cara, oí algo de su conversación, y me hice cargo de la clase de mujeres que lo acompañaban, mi opinión respecto de él quedó formada. Durante el congreso presentó una serie de proposiciones espeluznantes, y todos se mantuvieron alejados de él. Después, cuando insistió en que le dieran las direcciones de todos los anarquistas del mundo, la negativa no pudo ser más significativa.




Para abreviar, diré que a los dos meses fue desenmascarado, suspendiéndose el periódico al día siguiente para no aparecer más. Dos años después de esto, el prefecto de policía, Andrieux, publicaba sus memorias, en cuyo libro aludía al periódico referido, que había sido obra suya, así como las explosiones que sus agentes habían organizado en París, colocando latas de sardinas, llenas de cualquier cosa, bajo la estatua de Thiers.


Piotr Kropotkin 


Fragmentos tomados del libro 'Memorias de un revolucionario' 

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